“Eugenia
Grandet”
HONORÉ DE
BALZAC. (Francia.
1799-1850)
Balzac
afirmaba que así como los diferentes entornos y la herencia producen diversas
especies de animales, las presiones sociales generan diferencias entre los
seres humanos. Se propuso de este modo describir cada una de lo que llamaba
"especies humanas". La obra que llamó “LA COMEDIA HUMANA” incluiría
150 novelas, divididas en tres grupos principales: Estudios de costumbres, Estudios
filosóficos y Estudios analíticos. Las novelas incluyen unos dos mil personajes,
los más importantes de los cuales aparecen a lo largo de toda la obra. Balzac
logró completar aproximadamente dos tercios de este enorme proyecto. Entre las
novelas más conocidas de la serie figuran Papá
Goriot (1834), que narra los excesivos sacrificios de un padre con sus
ingratas hijas y Eugénie Grandet (1833),
donde cuenta la historia de un padre miserable y obsesionado por el dinero que
destruye la felicidad de su hija.
El objetivo de este autor era
ofrecer una mirada absolutamente realista de la sociedad francesa, algo
fascinante para el autor, describiendo los ambientes en relación a los personajes
quienes constituyen verdaderos arquetipos dentro de la sociedad.
FRAGMENTOS:
L
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a casona,
llena de melancolía, en que se desarrollaron los acontecimientos de esta
historia, era precisamente una de esas mansiones, restos venerables de un siglo
en que cosas y hombres mostraban ese carácter de sencillez que las costumbres
francesas van perdiendo día a día. Luego de haber seguido los recovecos de este
camino pintoresco, cuyos menores accidentes despiertan recuerdos, y cuyo efecto
general tiende a sumiros en una suerte de maquinaria ensoñación, distinguís una
rinconada sombría, en cuyo centro se oculta la puerta de la casa de monsieur
Grandet. Pero imposible comprender el valor de esa expresión provinciana sin
exponer antes la biografía de Grandet.
Gozaba
monsieur Grandet en Saumur de una reputación cuyas causas y efectos no
comprenderán del todo aquellas personas que, poco o mucho, no hayan vivido en
provincias. Monsieur Grandet, al que todavía hay quien sigue llamando tío
Grandet, aunque el número de esos viejos va disminuyendo sensiblemente, era, en
1879, un maestro tonelero muy acomodado,
que sabía leer, escribir y de cuentas. Cuando la República francesa sacó a la
venta, en el distrito de Saumur, los bienes del clero, nuestro tonelero, que en
esa ocasión frisaba en los cuarenta, acababa de contraer matrimonio con la hija
de un opulento marchante en maderas. Provisto de su fortuna líquida y de la
dote, dos mil luises en oro, se plantó Grandet en la capital del distrito,
donde mediante doscientos dobles luises, ofrecidos por su suegro al feroz
republicano de vigilar la venta de los terrenos nacionales, se quedó por un
pedazo de pan, legal, ya que no legítimamente, con los más lúcidos viñedos de la
comarca, una vieja abadía y unos cuantos
cortijos. Los vecinos de Saumur eran poco revolucionarios y el tío Grandet pasó
por un hombre audaz, un republicano, un patriota, un espíritu que picaba en las
nuevas ideas, siendo así que, donde picaba el tonelero, era, sencillamente, en
las viñas. Lo nombraron miembro de la administración del distrito de Saumur, y
allí se dejó sentir su influjo político y comercial. En lo político protegió a
los ex nobles e impidió, con todo su poder, la venta de los bienes de los
emigrados; comercialmente, suministró a los ejércitos republicanos mil o dos
mil pipas de vino blanco, cobrándose en unos prados soberbios, propiedad de una
comunidad de mujeres, que habían reservado para el último lote. Bajo el
consulado el buen hombre fue alcalde, administró sabiamente y vendió mejor
todavía. A Napoleón no le hacían gracia los republicanos, y sustituyó a
monsieur Grandet por un hacendado, un futuro barón del Imperio. Monsieur
Grandet dejó los honores Municipales sin pena alguna. Había mandado construir,
en interés de la ciudad, unos caminos excelentes, que conducían a sus
propiedades. Su casa y sus tierras, muy estratégicamente catastradas, pagaban
impuestos moderadísimos. Después de la clasificación de sus diferentes huertos,
sus viñas, gracias a desvelos continuos, habían llegado a ser la cabeza del
país, vocablo técnico en uso para designar los viñedos que producían vinos de
primera calidad. Habría podido solicitar la Cruz de la Legión de Honor. Ese
acontecimiento tuvo lugar en 1806: Monsieur Grandet tenía entonces cincuenta y
siete años y su mujer unos treinta y seis. Una hija única, fruto de sus
legítimos amores, contaba diez. Monsieur Grandet, a quien la Providencia quería
sin duda consolar de su desgracia administrativa, heredó aquel año
sucesivamente tres herencias, cuya cuantía no llegó a saber nadie. La avaricia
de aquellos tres viejos rayaba hasta tal punto en pasión que llevaban mucho
tiempo juntando dinero para contemplarlo a escondidas. […]
…
Aquella mañana, Monsieur Grandet, siguiendo su costumbre de los días memorables
del cumpleaños y el santo de Eugenia, había ido a sorprenderla en la cama,
presentándole con toda solemnidad su paternal regalo, consistente, desde hacía
trece años, en una curiosa moneda de oro. Madame Grandet solía, generalmente,
regalarle a su hija un traje. Aquellos trajes y las monedas de oro que recogía
el primer día del año y el del santo de su padre, le componían una rentita de
unos cien escudos que a su padre le gustaba vérselos apilar. ¿No equivalía
aquello a pasar su dinero de una caja a otra y, por así decirlo, criar a la
mano la avaricia de su heredera, a la que a veces pedía cuenta de su tesoro…?
[…]
…A
las ocho y media de la noche ya estaban colocadas dos mesas, la linda madame
des Grassins se había dado maña en colocar a su hijo al lado de Eugenia. Los
personajes de esa escena, llena de interés, aunque vulgar, en apariencia,
armados con cartones coloridos, numerados, y de fichas de cristal azul,
parecían escuchar los chistes del viejo notario, que no sacaba un número sin
hacer alguna observación; pero, en realidad, pensaban en los millones de
Grandet. El ex tonelero contemplaba vanidosamente las plumas rosas, el fresco
tocado de madame de Grassins, la cabeza del banquero, de Adolfo, el presidente,
el abate y el notario, y en su interior se decía: “Todos están aquí por mis
escudos. Vienen a aburrirse aquí por mí hija. Pero, ¡bah!… mi hija no será ni
de unos ni de otros y toda esa gente me sirve a mí de arpones para pescar”. (…)
Pero, no es al fin y al cabo, una escena de todos los tiempos y lugares, solo
que reducida a su más simple expresión? La figura de Grandet, estimulando el
falso afecto de las dos familias para sacar de él enormes provechos, dominaba e
iluminaba aquel drama. ¿No venía a ser el único dios moderno en que aún tenemos
fe, el dinero en todo su poderío? Los dulces sentimientos de la vida solo ocupaban
allí un lugar secundario, y únicamente animaban allí a tres corazones puros: el
de Nanón, el de Eugenia y el de su madre. ¡Pero cuánta ignorancia no había
dentro de su sencillez! Eugenia y su madre ignoraban la fortuna de Grandet;
ellas no estimaban las cosas de la vida más que al resplandor de sus pobres
ideas y no estimaban ni apreciaban el dinero, por la costumbre que tenían de
pasarse sin él. Sus sentimientos, heridos sin que ellas mismas se diesen cuenta
de ello, y la humildad de su vida, constituían curiosas excepciones en aquella
reunión de personas cuya vida era puramente material.
¡Triste
condición humana! No hay dicha que no se funde en la ignorancia.
Honoré
De Balzac
Mañana dicen que hay paro.. usted se adhiere o va al liceo mañanaa?
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