sábado, 5 de julio de 2014

Balzac. Eugenia Grandet


“Eugenia Grandet”
HONORÉ DE BALZAC. (Francia. 1799-1850)


Balzac afirmaba que así como los diferentes entornos y la herencia producen diversas especies de animales, las presiones sociales generan diferencias entre los seres humanos. Se propuso de este modo describir cada una de lo que llamaba "especies humanas". La obra que llamó “LA COMEDIA HUMANA” incluiría 150 novelas, divididas en tres grupos principales: Estudios de costumbres, Estudios filosóficos y Estudios analíticos. Las novelas incluyen unos dos mil personajes, los más importantes de los cuales aparecen a lo largo de toda la obra. Balzac logró completar aproximadamente dos tercios de este enorme proyecto. Entre las novelas más conocidas de la serie figuran Papá Goriot (1834), que narra los excesivos sacrificios de un padre con sus ingratas hijas y Eugénie Grandet (1833), donde cuenta la historia de un padre miserable y obsesionado por el dinero que destruye la felicidad de su hija.
El objetivo de este autor era ofrecer una mirada absolutamente realista de la sociedad francesa, algo fascinante para el autor, describiendo los ambientes en relación a los personajes quienes constituyen verdaderos arquetipos dentro de la sociedad.

FRAGMENTOS:
L
a casona, llena de melancolía, en que se desarrollaron los acontecimientos de esta historia, era precisamente una de esas mansiones, restos venerables de un siglo en que cosas y hombres mostraban ese carácter de sencillez que las costumbres francesas van perdiendo día a día. Luego de haber seguido los recovecos de este camino pintoresco, cuyos menores accidentes despiertan recuerdos, y cuyo efecto general tiende a sumiros en una suerte de maquinaria ensoñación, distinguís una rinconada sombría, en cuyo centro se oculta la puerta de la casa de monsieur Grandet. Pero imposible comprender el valor de esa expresión provinciana sin exponer antes la biografía de Grandet.
Gozaba monsieur Grandet en Saumur de una reputación cuyas causas y efectos no comprenderán del todo aquellas personas que, poco o mucho, no hayan vivido en provincias. Monsieur Grandet, al que todavía hay quien sigue llamando tío Grandet, aunque el número de esos viejos va disminuyendo sensiblemente, era, en 1879, un maestro tonelero  muy acomodado, que sabía leer, escribir y de cuentas. Cuando la República francesa sacó a la venta, en el distrito de Saumur, los bienes del clero, nuestro tonelero, que en esa ocasión frisaba en los cuarenta, acababa de contraer matrimonio con la hija de un opulento marchante en maderas. Provisto de su fortuna líquida y de la dote, dos mil luises en oro, se plantó Grandet en la capital del distrito, donde mediante doscientos dobles luises, ofrecidos por su suegro al feroz republicano de vigilar la venta de los terrenos nacionales, se quedó por un pedazo de pan, legal, ya que no legítimamente, con los más lúcidos viñedos de la comarca, una vieja abadía  y unos cuantos cortijos. Los vecinos de Saumur eran poco revolucionarios y el tío Grandet pasó por un hombre audaz, un republicano, un patriota, un espíritu que picaba en las nuevas ideas, siendo así que, donde picaba el tonelero, era, sencillamente, en las viñas. Lo nombraron miembro de la administración del distrito de Saumur, y allí se dejó sentir su influjo político y comercial. En lo político protegió a los ex nobles e impidió, con todo su poder, la venta de los bienes de los emigrados; comercialmente, suministró a los ejércitos republicanos mil o dos mil pipas de vino blanco, cobrándose en unos prados soberbios, propiedad de una comunidad de mujeres, que habían reservado para el último lote. Bajo el consulado el buen hombre fue alcalde, administró sabiamente y vendió mejor todavía. A Napoleón no le hacían gracia los republicanos, y sustituyó a monsieur Grandet por un hacendado, un futuro barón del Imperio. Monsieur Grandet dejó los honores Municipales sin pena alguna. Había mandado construir, en interés de la ciudad, unos caminos excelentes, que conducían a sus propiedades. Su casa y sus tierras, muy estratégicamente catastradas, pagaban impuestos moderadísimos. Después de la clasificación de sus diferentes huertos, sus viñas, gracias a desvelos continuos, habían llegado a ser la cabeza del país, vocablo técnico en uso para designar los viñedos que producían vinos de primera calidad. Habría podido solicitar la Cruz de la Legión de Honor. Ese acontecimiento tuvo lugar en 1806: Monsieur Grandet tenía entonces cincuenta y siete años y su mujer unos treinta y seis. Una hija única, fruto de sus legítimos amores, contaba diez. Monsieur Grandet, a quien la Providencia quería sin duda consolar de su desgracia administrativa, heredó aquel año sucesivamente tres herencias, cuya cuantía no llegó a saber nadie. La avaricia de aquellos tres viejos rayaba hasta tal punto en pasión que llevaban mucho tiempo juntando dinero para contemplarlo a escondidas. […]
… Aquella mañana, Monsieur Grandet, siguiendo su costumbre de los días memorables del cumpleaños y el santo de Eugenia, había ido a sorprenderla en la cama, presentándole con toda solemnidad su paternal regalo, consistente, desde hacía trece años, en una curiosa moneda de oro. Madame Grandet solía, generalmente, regalarle a su hija un traje. Aquellos trajes y las monedas de oro que recogía el primer día del año y el del santo de su padre, le componían una rentita de unos cien escudos que a su padre le gustaba vérselos apilar. ¿No equivalía aquello a pasar su dinero de una caja a otra y, por así decirlo, criar a la mano la avaricia de su heredera, a la que a veces pedía cuenta de su tesoro…? […]
…A las ocho y media de la noche ya estaban colocadas dos mesas, la linda madame des Grassins se había dado maña en colocar a su hijo al lado de Eugenia. Los personajes de esa escena, llena de interés, aunque vulgar, en apariencia, armados con cartones coloridos, numerados, y de fichas de cristal azul, parecían escuchar los chistes del viejo notario, que no sacaba un número sin hacer alguna observación; pero, en realidad, pensaban en los millones de Grandet. El ex tonelero contemplaba vanidosamente las plumas rosas, el fresco tocado de madame de Grassins, la cabeza del banquero, de Adolfo, el presidente, el abate y el notario, y en su interior se decía: “Todos están aquí por mis escudos. Vienen a aburrirse aquí por mí hija. Pero, ¡bah!… mi hija no será ni de unos ni de otros y toda esa gente me sirve a mí de arpones para pescar”. (…) Pero, no es al fin y al cabo, una escena de todos los tiempos y lugares, solo que reducida a su más simple expresión? La figura de Grandet, estimulando el falso afecto de las dos familias para sacar de él enormes provechos, dominaba e iluminaba aquel drama. ¿No venía a ser el único dios moderno en que aún tenemos fe, el dinero en todo su poderío? Los dulces sentimientos de la vida solo ocupaban allí un lugar secundario, y únicamente animaban allí a tres corazones puros: el de Nanón, el de Eugenia y el de su madre. ¡Pero cuánta ignorancia no había dentro de su sencillez! Eugenia y su madre ignoraban la fortuna de Grandet; ellas no estimaban las cosas de la vida más que al resplandor de sus pobres ideas y no estimaban ni apreciaban el dinero, por la costumbre que tenían de pasarse sin él. Sus sentimientos, heridos sin que ellas mismas se diesen cuenta de ello, y la humildad de su vida, constituían curiosas excepciones en aquella reunión de personas cuya vida era puramente material.
¡Triste condición humana! No hay dicha que no se funde en la ignorancia.

Honoré De Balzac

1 comentario:

  1. Mañana dicen que hay paro.. usted se adhiere o va al liceo mañanaa?

    ResponderEliminar