El título de este blog hace referencia a Cien Años de Soledad y los fierros mágicos que Melquíades traía para sombro de los habitantes de Macondo. El objetivo es compartir información sobre autores y obras literarias de importancia universal.
sábado, 9 de junio de 2012
jueves, 7 de junio de 2012
Lazarillo de Tormes. (Texto)
Texto completo del Lazarillo de Tormes:
Tratado
Primero
Cuenta Lázaro su vida, y cuyo
hijo fue
Pues sepa vuestra merced ante todas cosas que a mí llaman Lázaro
de Tormes, hijo de Tome González y de Antonia Pérez, naturales de Tejares,
aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa
tomé el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía
cargo de proveer una molienda de una acena, que esta ribera de aquel río, en la
cual fue molinero mas de quince anos; y estando mi madre una noche en la acena,
preñada de mí, tomole el parto y pariome allí: de manera que con verdad puedo
decir nacido en el río. Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre
ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por
lo que fue preso, y confeso y no negó y padeció persecución por justicia. Espero
en Dios que está en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En
este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre,
que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de
acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado,
feneció su vida.
Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó
arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y
alquiló una casilla, y metiose a guisar de comer a ciertos estudiantes, y
lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de
manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de
aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Este algunas veces
se venía a nuestra casa, y se iba a la mañana; otras veces de día llegaba a la
puerta, en achaque de comprar huevos, y entrabase en casa. Yo al principio de
su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que
tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien,
porque siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos
calentábamos. De manera que, continuando con la posada y conversación, mi madre
vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y
acuérdome que, estando el negro de mi padre trabajando con el mozuelo, como el
niño veía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía del con miedo para mi
madre, y señalando con el dedo decía: "¡Madre, coco!" Respondió él
riendo: "¡Hideputa!"
Yo, aunque bien muchacho, note aquella palabra de mi hermanico,
y dije entre mí:
"¡Cuantos debe de haber en el mundo que huyen de otros
porque no se ven a sí mesmos!"
Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se
llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, hallose que la mitad
por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña,
almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacía pérdidas, y
cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi
madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile,
porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para
ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto. Y
probósele cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me preguntaban, y
como niño respondía, y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas
herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí. Al triste de mi
padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre
el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho Comendador no entrase,
ni al lastimado Zaide en la suya recibiese.
Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y
cumplió la sentencia; y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue
a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo
mil importunidades, se acabó de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí
hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo
demás que me mandaban. En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual,
pareciéndole que yo sería para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me
encomendó a él, diciéndole cómo era hijo de un buen hombre, el cual por
ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no
saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por
mí, pues era huérfano. Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no
por mozo sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo
amo.
Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo
que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos
hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dio su
bendición y dijo:
"Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios
te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto. Válete por ti. "Y así
me fui para mi amo, que esperándome estaba. Salimos de Salamanca, y llegando a
la puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de
toro, y el ciego mandome que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:
"Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido
dentro del". Yo simplemente llegué, creyendo ser así; y como sintió que
tenia la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran
calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la
cornada, y díjome:
"Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber
más que el diablo", y rio mucho la burla.
Pareciome que en aquel instante desperté de la simpleza en que
como niño dormido estaba. Dije entre mí:
"Verdad dice este, que me cumple avivar el ojo y avisar,
pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer."
Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró
jerigonza, y como me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y decía:
"Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir
muchos te mostraré."
Y fue así, que después de Dios este me dio la vida, y siendo
ciego me alumbró y adestró en la carrera de vivir. Huelgo de contar a vuestra
merced estas niñerías para mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subir
siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos cuánto vicio.
Pues tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, vuestra
merced sepa que desde que Dios crió el mundo, ninguno formó más astuto ni
sagaz. En su oficio era un águila; ciento y tantas oraciones sabía de coro: un
tono bajo, reposado y muy sonable que hacia resonar la iglesia donde rezaba, un
rostro humilde y devoto que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin
hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende
desto, tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber
oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían, para las
que estaban de parto, para las que eran malcasadas, que sus maridos las
quisiesen bien; echaba pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues
en caso de medicina, decía que Galeno no supo la mitad que él para muela,
desmayos, males de madre.
Finalmente, a nadie le decía padecer alguna pasión, que luego no
le decía: "Haced esto, haréis estotro, cosed tal yerba, tomad tal
raíz." Con esto andábase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que
cuanto les decían creían. Destas sacaba él grandes provechos con las artes que
digo, y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.
Mas también quiero que sepa vuestra merced que, con todo lo que
adquiría, jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi, tanto que me mataba a
mí de hambre, y así no me demediaba de lo necesario.
Digo verdad: si con mi sotileza y buenas mañas no me supiera
remediar, muchas veces me finara de hambre; mas con todo su saber y aviso le
contaminaba de tal suerte que siempre, o las más veces, me cabía lo más y
mejor. Para esto le hacía burlas endiabladas, de las cuales contaré algunas,
aunque no todas a mi salvo.
Él traía el pan y todas las otras cosas en un fardel de lienzo
que por la boca se cerraba con un aro de hierro y su candado y su llave, y al
meter de todas las cosas y sacallas, era con tan gran vigilancia y tanto por
contadero, que no bastaba hombre en todo el mundo hacerle menos una migaja; mas
yo tomaba aquella lacería que él me daba, la cual en menos de dos bocados era
despachada.
Después que cerraba el candado y se descuidaba pensando que yo
estaba entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que muchas veces de
un lado del fardel descosía y tornaba a coser, sangraba el avariento fardel,
sacando no por tasa pan, mas buenos pedazos, torreznos y longaniza; y así
buscaba conveniente tiempo para rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta
que el mal ciego me faltaba. Todo lo que podía sisar y hurtar, traía en medias
blancas; y cuando le mandaban rezar y le daban blancas, como él carecía de
vista, no había el que se la daba amagado con ella, cuando yo la tenia lanzada
en la boca y la media aparejada, que por presto que el echaba la mano, ya iba
de mi cambio aniquilada en la mitad del justo precio. Quejábaseme el mal ciego,
porque al tiento luego conocía y sentía que no era blanca entera, y decía:
"¿Qué diablo es esto, que después que conmigo estás no me
dan sino medias blancas, y de antes una blanca y un maravedí hartas veces me
pagaban? En ti debe estar esta desdicha."
También él abreviaba el rezar y la mitad de la oración no
acababa, porque me tenia mandado que en yéndose el que la mandaba rezar, le
tirase por el cabo del capuz. Yo así lo hacia. Luego él tornaba a dar voces,
diciendo: "¿Mandan rezar tal y tal oración?", como suelen decir.
Usaba poner cabe si un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de presto le
asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas durome poco,
que en los tragos conocía la falta, y por reservar su vino a salvo nunca
después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido; mas no había
piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de centeno, que
para aquel menester tenía hecha, la cual metiéndola en la boca del jarro, chupando
el vino lo dejaba a buenas noches. Mas como fuese el traidor tan astuto, pienso
que me sintió, y dende en adelante mudó propósito, y asentaba su jarro entre
las piernas, y tapábale con la mano, y así bebía seguro. Yo, como estaba hecho
al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio no me aprovechaba ni valía, acorde en el suelo
del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sotil, y delicadamente con una muy
delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame
entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que
teníamos, y al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba
la fuentecilla a destillarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que
maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada: espantábase,
maldecía, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo qué podía ser.
"No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no le
quitáis de la mano."
Tantas vueltas y tiento dio al jarro, que halló la fuente y cayó
en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido, y luego otro
día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando en el daño que me
estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, senteme como solía, estando
recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco
cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado
ciego que agora tenía tiempo de tomar de mí venganza y con toda su fuerza,
alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca,
ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de
nada desto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso,
verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había
caído encima. Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el
jarrazo tan grande, que los pedazos del se me metieron por la cara, rompiéndomela
por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me
quedé.
Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y aunque me quería y
regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavome
con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y
sonriéndose decía: "¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da
salud", y otros donaires que a mi gusto no lo eran.
Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales,
considerando que a pocos golpes tales el cruel ciego ahorraría de mí, quise yo
ahorrar del; mas no lo hice tan presto por hacello mas a mí salvo y provecho. Y
aunque yo quisiera asentar mi corazón y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el
maltratamiento que el mal ciego desde allí adelante me hacía, que sin causa ni
razón me hería, dándome coscorrones y repelándome. Y si alguno le decía por que
me trataba tan mal, luego contaba el cuento del jarro, diciendo:
"¿Pensareis que este mi mozo es algún inocente? Pues oíd si
el demonio ensayara otra tal hazaña."
Santiguándose los que lo oían, decían: "¡Mira, quien
pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad!", y reían mucho el
artificio, y decíanle: "Castigaldo, castigaldo, que de Dios lo
habréis."
Y él con aquello nunca otra cosa hacía. Y en esto yo siempre le
llevaba por los peores caminos, y adrede, por hacerle mal y daño: si había piedras, por
ellas, si lodo, por lo más alto; que aunque yo no iba por lo mas enjuto, holgábame
a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía. Con esto siempre
con el cabo alto del tiento me atentaba el colodrillo, el cual siempre traía
lleno de tolondrones y pelado de sus manos; y aunque yo juraba no lo hacer con
malicia, sino por no hallar mejor camino, no me aprovechaba ni me creía más: tal
era el sentido y el grandísimo entendimiento del traidor.
Y porque vea vuestra merced a cuánto se extendía el ingenio
deste astuto ciego, contaré un caso de muchos que con él me acaecieron, en el
cual me parece dio bien a entender su gran astucia. Cuando salimos de
Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente
más rica, aunque no muy limosnera. Arrimábase a este refrán: "Más da el
duro que el desnudo." Y venimos a este camino por los mejores lugares.
Donde hallaba buena cortesía y ganancia, deteníamonos; donde no, al tercer día
hacíamos San Juan.
Acaeció que llegando a un lugar que llaman Almorox, al tiempo
que prendían las uvas, un vendimiador le dio un racimo dellas en limosna, y
como suelen ir los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo
está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano; para echarlo en el fardel
tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, así por
no lo poder llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos
rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dijo:
"Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que
ambos comamos este racimo de uvas, y que hayas del tanta parte como yo.
Partillo hemos desta manera: tú picarás una vez y
yo otra; con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva, yo haré lo
mesmo hasta que lo acabemos, y desta suerte no habrá engaño."
Hecho así el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance;
el traidor mudó de propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que
yo debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contente
ir a la par con él, mas aun pasaba adelante: dos a dos, y tres a tres, y como
podía las comía.
Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y
meneando la cabeza dijo:
"Lázaro, engañado me has: juraré yo a Dios que has tu
comido las uvas tres a tres”. No comí -dije yo- más ¿por qué sospecháis
eso?" Respondió el sagacísimo ciego:
"¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que
comía yo dos a dos y callabas" ,
a lo cual yo no respondí.
(…)
Mas por no ser prolijo dejo de contar muchas cosas, así
graciosas como de notar, que con este mi primer amo me acaecieron, y quiero
decir el despidiente y con el acabar.
Estábamos en Escalona, villa del duque della, en un mesón, y
diome un pedazo de longaniza que la asase. Ya que la longaniza había pringado y
comídose las pringadas, sacó un maravedí de la bolsa y mandó que fuese por el
de vino a la taberna. Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual,
como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo
pequeño, larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser
echado allí. Y como al presente nadie estuviese sino él y yo solos, como me vi
con apetito goloso, habiéndome puesto dentro el sabroso olor de la longaniza,
del cual solamente sabía que había de gozar, no mirando que me podría suceder,
pospuesto todo el temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba
de la bolsa el dinero, saqué la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en
el asador, el cual mi amo, dándome el dinero para el vino, tomó y comenzó a dar
vueltas al fuego, queriendo asar al que de ser cocido por sus deméritos había
escapado.
Yo fui por el vino, con el cual no tardé en despachar la
longaniza, y cuando vine hallé al pecador del ciego que tenía entre dos
rebanadas apretado el nabo, al cual aun no había conocido por no lo haber
tentado con la mano. Como tomase las rebanadas y mordiese en ellas pensando
también llevar parte de la longaniza, hallose en frío con el frío nabo.
Alterose y dijo:
"¿Que es esto, Lazarillo?"
"¡Lacerado de mí! -dije yo-. ? ¿Si queréis a mi echar algo?
?¿Yo no vengo de traer el vino? Alguno estaba ahí, y por burlar haría
esto."
"No, no -dijo él-, que yo no he dejado el asador de la
mano; no es posible"
Yo torné a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco y
cambio; mas poco me aprovechó, pues a las astucias del maldito ciego nada se le
escondía. Levantose y asiome por la cabeza, y llegose a olerme; y como debió
sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y
con la gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de
su derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual él tenía luenga y
afilada, y a aquella sazón con el enojo se habían aumentado un palmo, con el
pico de la cual me llegó a la gulilla. Y con esto y con el gran miedo que tenía,
y con la brevedad del tiempo, la negra longaniza aun no había hecho asiento en
el estomago, y lo más principal, con el destiento de la cumplidísima nariz
medio cuasi ahogándome, todas estas cosas se juntaron y fueron causa que el
hecho y golosina se manifestase y lo suyo fuese devuelto a su dueño: de manera
que antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió
mi estómago que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra
malmascada longaniza a un tiempo salieron de mi boca.
¡Oh, gran Dios, quién estuviera aquella hora sepultado, que
muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego que, si al ruido no
acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas
llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñado el
pescuezo y la garganta; y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían
tantas persecuciones.
Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis
desastres, y dábales cuenta una y otra vez, así de la del jarro como de la del
racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande que toda la
gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y
donaire recontaba el ciego mis hazañas que, aunque yo estaba tan maltratado y
llorando, me parecía que hacía injusticia en no se las reír.
Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una cobardía y
flojedad que hice, por que me maldecía, y fue no dejalle sin narices, pues tan
buen tiempo tuve para ello que la mitad del camino estaba andado; que con solo
apretar los dientes se me quedaran en casa, y con ser de aquel malvado, por
ventura lo retuviera mejor mi estomago que retuvo la longaniza, y no pareciendo
ellas pudiera negar la demanda. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso
fuera así que así. Hiciéronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y con
el vino que para beber le había traído, laváronme la cara y la garganta, sobre
lo cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo:
"Por verdad, más vino me gasta este mozo en lavatorios al
cabo del año que yo bebo en dos. A lo menos, Lázaro, eres en más cargo al vino
que a tu padre, porque él una vez te engendró, mas el vino mil te ha dado la
vida."
Y luego contaba cuantas veces me había descalabrado y arpado la
cara, y con vino luego sanaba.
"Yo te digo -dijo- que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado
con vino, que serás tú."
Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque yo renegaba.
Mas el pronóstico del ciego no salió mentiroso, y después acá muchas veces me
acuerdo de aquel hombre, que sin duda debía tener espíritu de profeta, y me
pesa de los sinsabores que le hice, aunque bien se lo pague, considerando lo
que aquel día me dijo salirme tan verdadero como adelante vuestra merced oirá.
Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí,
determiné de todo en todo dejalle, y como lo traía pensado y lo tenía en
voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmelo más. Y fue ansí, que
luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y había llovido mucho la
noche antes; y porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales
que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y
el llover no cesaba, díjome el ciego:
"Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más
cierra, más recia. Protejámonos a la posada con tiempo."
Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua
iba grande. Yo le dije:
"Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por
donde atravesemos mas aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando
pasaremos a pie enjuto" Pareciole buen consejo y dijo:
"Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese
lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua,
y más llevar los pies mojados."
Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquele debajo de los
portales, y llevelo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza
estaba, sobre la cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y
dígole: "Tío, este es el paso más angosto que en el arroyo hay."
Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la priesa que
llevábamos de salir del agua que encima de nos caía, y lo más principal, porque
Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme del venganza),
creyose de mí y dijo:
"Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo."
Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y
póngome detrás del poste como quien espera tope de toro, y díjele:
"¡Sus! Salta todo lo que podáis, porque deis deste cabo del
agua. "Aun apenas lo había acabado de decir cuando se abalanza el pobre
ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la
corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan
recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás, medio
muerto y hendida la cabeza.
"¿Cómo, y oliste la longaniza y no el poste? ¡Ole! ¡Ole!
-le dije yo. Y dejele en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y
tomé la puerta de la villa en los pies de un trote, y antes que la noche
viniese di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Dios del hizo, ni cure de lo
saber.
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