Prólogo del Libro
Al lector.
La necedad, el error, el
pecado, la tacañería
Ocupan nuestros espíritus y
trabajan nuestros cuerpos,
Y alimentamos nuestros amables
remordimientos
Como los mendigos nutren su
miseria.
Nuestros pecados son
testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes:
Nos hacemos pagar largamente
nuestras confesiones
Y entramos alegremente en el
camino cenagoso,
Creyendo con viles lágrimas,
lavar todas nuestras manchas.
Sobre la almohada del mal está
Satán Trismegisto
Que mece largamente nuestro
espíritu encantado,
Y el rico metal de nuestra
voluntad
Está todo vaporizado por este
químico sabio.
¡Es el diablo quien empuña los
hilos que nos mueven!
A los objetos repugnantes encontramos atractivos;
Cada día hacia el infierno
descendemos un paso,
Sin horror a través de las
tinieblas que hieden.
Cual un libertino pobre que
besa y muerde
El seno martirizado de una
vieja ramera,
Robamos al pasar un placer
clandestino
Que exprimimos bien fuerte cual
naranja vieja.
Oprimido, hormigueante, como un
millón de helmintos,
En nuestros cerebros bulle un
pueblo de demonios,
Y, cuando respiramos, la Muerte
a los pulmones
Desciende, río invisible, con
sordas quejas.
Si la violación, el veneno, el
puñal, el incendio,
Todavía no han bordado con sus
placenteros diseños
El canevás banal de nuestros
tristes destinos,
Es porque nuestra alma, ¡ah! No
es bastante osada.
Pero, entre los chacales, las
panteras, los podencos,
Los simios, los escorpiones,
los gavilanes, las sierpes,
Los monstruos chillones,
aullantes, gruñones, rampantes,
En la jaula infame de nuestros
vicios.
¡Hay uno más feo, más malo, más
inmundo!
Si bien no produce grandes
gestos, ni grandes gritos,
Haría complacido de la tierra
un despojo
Y en un bostezo tragaríase el
mundo:
¡Es el Tedio!, los ojos
preñados de involuntario llanto,
Sueña con patíbulos mientras
fuma su pipa,
Tú conoces lector ese monstruo delicado,
-Hipócrita lector, -mi semejante- ¡mi hermano!
SECCIÓN 1:
SLEEN E IDEAL.
La primera y más extensa de
las secciones establece la postura de Baudelaire sobre la poesía. “El mal del
siglo” que eran la melancolía y la atracción por la soledad se convierten en
Spleen, algo más profundo e irrecuperable que debe entenderse como el hastío de
vivir. Como contrapartida, oscilando entre los opuestos está el Ideal que
aparece siempre dependiendo de un ansia de trascender.
El poema “El albatros” identifica
y define al poeta romántico que se siente en soledad frente a la sociedad.
Baudelaire no pertenece por entero a ninguna corriente ya que tiene lo mejor de
cada una.
El albatros.
A menudo, por
divertirse, los marineros
Cazan albatros,
grandes pájaros de los mares,
Que siguen su viaje,
indolentes compañeros,
Al barco en los
amargos abismos de los mares.
Pero ni bien sobre
las tablas los arrojan,
Esos reyes del cielo,
torpes y avergonzados,
Sus grandes alas
blancas penosamente aflojan,
Y las dejan cual
remos caer a sus costados.
¡Qué torpe y qué
débil ese viajero alado!
Él, antes tan
hermoso, ¡qué cómico y qué feo!
¡Con una pipa, uno el
pico le ha quemado,
Otro remeda,
renqueando, del inválido el vuelo!
El Poeta es como ese
príncipe de las nubes
Que desdeña las
flechas y que atraviesa el mar;
En el suelo, entre
ataques y mofas desterrado,
Sus alas de gigante
le impiden caminar.
SECCIÓN 2: CUADROS PARISINOS.
La ciudad es la
protagonista especial de “Las Flores del Mal”, un escenario de la miseria pero
también de la derrota del hombre ante lo absoluto. En la ciudad, más denudo e
indefenso que en contacto con la naturaleza, el hombre se pone en contacto
directo con su situación ante el destino.
La ciudad es París. Sólo
una metrópolis de este tipo de este tipo y aspiraciones le podía parecer la
total sustitución de la naturaleza. La ciudad es el lugar de los desamparados y
es también el lugar del descubrimiento del amor.
A una transeúnte.
La calle aturdidora,
en torno de mí, aullaba.
Alta, fina, de luto,
dolor majestuoso.
Una mujer pasó, que
con gesto faustuoso,
Recogía las blondas
que su andar balanceaba.
Ágil y noble, con sus
piernas de escultura.
Por mi parte bebí,
como un loco crispado,
En su pupila, cielo
de huracán preñado,
Placer mortal y aun
tiempo fascinante dulzura.
¡Un relámpago… y
noche! Fugitiva beldad
Cuya mirada me ha
hecho de golpe renacer,
¿No he de volver a
verte sino en la eternidad?
¡Lejos de aquí! ¡O
muy tarde! ¡O jamás ha de ser!
Pues donde voy no
sabes, yo ignoro a donde huiste.
¡Tú, a quien yo
hubiese amado, tú, que lo conprendiste!