jueves, 31 de mayo de 2012

Cuento de Edgar Allan Poe

Lectura dramatizada del cuento "El extraño caso del Sr. Valdemar" de Edgar Allan Poe a cargo de Alberto Laiseca (Actor).


Para escuchar a todo volumen.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Poemas de Baudelaire


Prólogo del Libro

Al lector.
La necedad, el error, el pecado, la tacañería
Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,
Y alimentamos nuestros amables remordimientos
Como los mendigos nutren su miseria.

Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes:
Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones
Y entramos alegremente en el camino cenagoso,
Creyendo con viles lágrimas, lavar todas nuestras manchas.

Sobre la almohada del mal está Satán Trismegisto
Que mece largamente nuestro espíritu encantado,
Y el rico metal de nuestra voluntad
Está todo vaporizado por este químico sabio.

¡Es el diablo quien empuña los hilos que nos mueven!
A los objetos repugnantes  encontramos atractivos;
Cada día hacia el infierno descendemos un paso,
Sin horror a través de las tinieblas que hieden.

Cual un libertino pobre que besa y muerde
El seno martirizado de una vieja ramera,
Robamos al pasar un placer clandestino
Que exprimimos bien fuerte cual naranja vieja.

Oprimido, hormigueante, como un millón de helmintos,
En nuestros cerebros bulle un pueblo de demonios,
Y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
Desciende, río invisible, con sordas quejas.

Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio,
Todavía no han bordado con sus placenteros diseños
El canevás banal de nuestros tristes destinos,
Es porque nuestra alma, ¡ah! No es bastante osada.

Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,
Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,
Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes,
En la jaula infame de nuestros vicios.

¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!
Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,
Haría complacido de la tierra un despojo
Y en un bostezo tragaríase el mundo:

¡Es el Tedio!, los ojos preñados de involuntario llanto,
Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,
Tú conoces lector ese monstruo delicado,
-Hipócrita lector,  -mi semejante- ¡mi hermano!







SECCIÓN 1: SLEEN E IDEAL.

La primera y más extensa de las secciones establece la postura de Baudelaire sobre la poesía. “El mal del siglo” que eran la melancolía y la atracción por la soledad se convierten en Spleen, algo más profundo e irrecuperable que debe entenderse como el hastío de vivir. Como contrapartida, oscilando entre los opuestos está el Ideal que aparece siempre dependiendo de un ansia de trascender.
El poema “El albatros” identifica y define al poeta romántico que se siente en soledad frente a la sociedad. Baudelaire no pertenece por entero a ninguna corriente ya que tiene lo mejor de cada una.


El albatros.

A menudo, por divertirse, los marineros
Cazan albatros, grandes pájaros de los mares,
Que siguen su viaje, indolentes compañeros,
Al barco en los amargos abismos de los mares.

Pero ni bien sobre las tablas los arrojan,
Esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
Sus grandes alas blancas penosamente aflojan,
Y las dejan cual remos caer a sus costados.

¡Qué torpe y qué débil ese viajero alado!
Él, antes tan hermoso, ¡qué cómico y qué feo!
¡Con una pipa, uno el pico le ha quemado,
Otro remeda, renqueando, del inválido el vuelo!

El Poeta es como ese príncipe de las nubes
Que desdeña las flechas y que atraviesa el mar;
En el suelo, entre ataques y mofas desterrado,
Sus alas de gigante le impiden caminar.



SECCIÓN 2: CUADROS PARISINOS.

La ciudad es la protagonista especial de “Las Flores del Mal”, un escenario de la miseria pero también de la derrota del hombre ante lo absoluto. En la ciudad, más denudo e indefenso que en contacto con la naturaleza, el hombre se pone en contacto directo con su situación ante el destino.
La ciudad es París. Sólo una metrópolis de este tipo de este tipo y aspiraciones le podía parecer la total sustitución de la naturaleza. La ciudad es el lugar de los desamparados y es también el lugar del descubrimiento del amor.


A una transeúnte.

La calle aturdidora, en torno de mí, aullaba.
Alta, fina, de luto, dolor majestuoso.
Una mujer pasó, que con gesto faustuoso,
Recogía las blondas que su andar balanceaba.

Ágil y noble, con sus piernas de escultura.
Por mi parte bebí, como un loco crispado,
En su pupila, cielo de huracán preñado,
Placer mortal y aun tiempo fascinante dulzura.

¡Un relámpago… y noche! Fugitiva beldad
Cuya mirada me ha hecho de golpe renacer,
¿No he de volver a verte sino en la eternidad?

¡Lejos de aquí! ¡O muy tarde! ¡O jamás ha de ser!
Pues donde voy no sabes, yo ignoro a donde huiste.
¡Tú, a quien yo hubiese amado, tú, que lo conprendiste!